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Disclaimer:

Los personajes y lugares extraídos de obras literarias, cinematográficas o televisivas pertenecen a sus respectivos creadores. No pretendemos obtener lucro o beneficio alguno a través de su utilización en nuestras historias y relatos.

Los personajes y lugares fruto de nuestra imaginación, en cambio, sí nos pertenecen.

Delayed (3ª y final)



Desde las ventanas de aquella sala de espera, apenas podía discernir los infinitos aviones en tierra a través del granizo. Solo las aerolíneas orientales, de colores más chillones y arabescos más pronunciados, se adivinaban tras aquel desapacible telón de agua y viento. Asemejaba la escena un cuadro de Claude Monet. El arrítmico repiqueteo de piedras heladas contra el cristal, parecía querer telegrafiar un mensaje urgente a los que en esa sala desesperábamos por despegar y seguir con las historias que manteníamos en pausa. Sus pequeños golpes mecanografiando un mail atmosférico, con el cielo como remitente y la providencia en el asunto.  Un subconsciente morse lleno de puntos y rayas, buscando dueño en aquel cubículo de pasos y miradas perdidas. Sin duda la soledad, el hastío y la interminable espera estaban detrás de tan sofisticadas elucubraciones. 

Mi drama era aquella voz interior, gemela a la mía, que me acosaba desde que imprimí los billetes. Al principio, cuando el viaje todavía parecía lejano, era un rumor levemente irritante dentro de mí. Ahora, tras ver mi vuelo retrasado por enésima vez en el panel de salidas, ametrallaba inmisericorde. “Sé lo que estás pensando. ¿Qué haces aquí? ¿Por qué irse? Sal corriendo. Vuelve a casa.  Nadie te reprochará nada. Es injusto. Vuelve, vuelve, vuelve…

            La sien palpitaba y comenzaba a invadirme un vértigo malsano. “Decididamente, el mundo de lo dudoso es un paisaje marino e inspira al hombre presunciones de naufragio”, Ortega y Gasset dixit. Dudas que amenazaban, no ya con hacerme naufragar, sino con ahogarme bajo las olas de mi ansiedad. 

            Ocupada en implicar a unos y engatusar a otros, había dejado a una persona por convencer en el camino. No importa lo buenos que fuesen mis argumentos para la gente que me rodeaba, no parecían bastar a mis fantasmas interiores. ¿Y si ellos conocieran algo que invalidara toda mi argamasa de cálculos y buenas intenciones, con los que pretendía ganarlos a mi causa?

            - ¡Eh! ¡Claudia! ¡Aquí, Claudia!

            Aquella voz no salía de dentro de mi cabeza. Era imposible, pero sin embargo allí estaba Anderson, plantado delante de mí, vestido con el uniforme amarillo de los operarios auxiliares del aeropuerto y muy sonriente.

            - ¡Qué sorpresa! ¿Desde cuándo trabajas por aquí?

            - Ya sabes, de interino por días y a ratos. Me alegro de haber llegado a tempo. Bendito temporal. Me tengo que ir, solo tengo veinte minutos para lanchar. Te he traído un presente de despedida -me ofrecía una carta-. Pero recuerda leerla sólo cuando estés dentro del avión.  Boa sorte menina.
            Nos abrazamos fuerte y, casi tan pronto como dobló la esquina del pasillo en aquella sala de espera, me puse a abrir la carta que me había entregado. Tenía una certeza arrogante de qué se trataba, y necesitaba algo que me liberara de mis voces interiores, por lo que no me sentí mal al no esperar a subir al vuelo para hacerlo. Pero lo que encontré escrito en aquellas líneas no era el tipo de carta de amor que esperaba.

            Querida Claudia,


            Si todo va bien, leerás esta carta de camino a una nueva vida a miles de kilómetros de aquí. No será fácil pero lo conseguirás, estás hecha de la mejor madera que puede encontrarse en este mundo. Lo sé, lo he visto y vivido en todos estos años que he tenido el privilegio de estar a tu lado. Te he visto crecer buscando tu camino, creer en él y perseverar. Eres la mujer a la que no me canso de admirar.
            Aún hoy, cuando faltan las luces en este todo oscuro, tú nos iluminas con tu valentía y sacrificio. Nunca como hasta ahora me ha avasallado tu generosidad y espíritu. Ningún día como el presente te has hecho gigante al cargar sobre tus hombros un peso tan adulto. Anderson me contó la verdad acerca de este viaje hace días, cómo luchas por nosotros por encima de todo. Me propuso escribir esta carta para hacértela llegar el día que partieses a Alemania y que supieras que todo nuestro amor y orgullo van contigo, mi valiente Claudia.

            Con tu ejemplo, he aprendido en decirle no al miedo y al desánimo. Me levantaré y buscaré las fuerzas para sonreír por ti. Has emocionado mi corazón con todo lo bueno que una hija puede regalarle a un padre. Ahora te pido un único favor, vayas donde vayas y hagas lo que hagas se feliz por mí.
Te quiere.
Papá

           
 Leí la carta tres veces más antes de volverla a guardar en su sobre. Cerré los ojos   y escuché dentro de mí. Ni rastro de aquel mortificante ronroneo ni de las dudas que lo alimentaban. Solo el recuerdo vivificante de las risas de mis hermanas alrededor de mis padres. Al abrirlos de nuevo, un haz de luz procedente del exterior se colaba por la cristalera de la sala. El granizo había cesado y el sol comenzaba a resquebrajar las nubes negras del temporal. Me volví sonriente al panel de vuelos.

DEPARTURES
DESTINATION
GATE
STATUS
MJC0706
LONDON (LHR)
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DELAYED
CLG0211
PARIS (CDG)
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DELAYED
MAG2403
BERLIN (TXL)
--5-5--
BOARDING
JEV2601
ROME (FCO)
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DELAYED

Delayed (2ª)



Era viernes por la noche. Como de costumbre, habíamos quedado en el parking del hipermercado de nuestro barrio donde solíamos hacer botellón. Todos sabían ya por Twitter que tenía una noticia que darles. Dejé pasar toda la primera mitad de la noche sin tan siquiera dar una pista sobre lo que tenía que decir. No había ningún deseo premeditado de crear un crescendo en las ganas de saber de mis amigos, más bien al contrario, la demora se debía a mis propias dudas y al valor que no terminaba de llegar a mí. Sentía que, una vez lo hiciera público aquella noche, mis naves habrían ardido y no cabría marcha atrás. Intenté recordar la euforia y calidez con que había ensoñado la noche anterior mi aventura europea, pegué un sorbo generoso a mi vodka con naranja de marca blanca y hablé.

            - Creo que aquí todos sabéis de sobra lo putas que se están poniendo las cosas para mi familia -carraspeé y tosí fuerte para deshacer el nudo que ya notaba en mi garganta-. Sumemos a esto que, si pudiera quedarme con un centímetro de madera de cada una de las puertas que me han cerrado en las narices al pedir trabajo, podría hacer mi propia carabela. Pues…

            - ¡Otra que se va! ¡Vaya plaga! -me interrumpió bruscamente Carlos, amigo del barrio desde párvulos, rockero y eterno aspirante a bolchevique- ¡Así no hay manera rediós! ¿No te das cuenta de que eres una víctima? Te dijeron obedece, estudia y baja la cabeza si quieres tener sitio en el sistema para ahora venirte con el cartel de no hay billetes. ¿Y cuál es vuestra salida? Sí, demasiado bien la conozco ya por otros tantos, vuestra salida es Barajas.

            - ¿Conoces otra, Carlos? –Contesté tan sorprendida como indignada ante el tono acusador de mi amigo-. Soy toda oídos.

            - ¿Otra salida? Claro que la conozco, como en el fondo también lo haces tú. Quizás la única salida a todo este embrollo: lucha. Quédate y suma fuerza para cambiar las cosas aquí y ahora. Si hoy te vas lejos siguiendo al dinero, eso te convertirá en una mendiga del Capital. Condenada a hacer las maletas y reinventar tu vida, cada vez que se acabe el cash allá donde te instales. Hasta que seas demasiado vieja o lenta para seguirle el ritmo.

            - ¡Hablar es fácil para ti! ¡Fácil y barato! –Escupía las palabras con vocación de arma blanca hacia aquel incauto con tono condescendiente- ¡Quédate tu casquería de cantautor trasnochado para quien te la pida!  Enchufado como mecánico en el taller de tu familia, puedes permitirte la ideología y comprar los discursos asamblearios que cada mañana más te plazcan. Los míos, mis “mendigos” de Barajas, no tenemos esa suerte.

         - Haya paz niños, dejad de ladraros el uno al otro –intervino socarrona Macu, vecina y compañera en la carrera-. Guardad los caninos, molares y premolares. Cada uno a su rincón. No sois vosotros los que habláis sino el garrafón. Frankie says relax!

            - O sea, que era eso lo que tramabas con el Mateo. Coger el petate y pirarte -dijo mi prima Clara mientras hacía gestos de ir atando cabos, procurando que la falda no le subiera aún más, cual Sherlock Holmes de extrarradio-. Estabas rara, pero pensé que era cosa de lo de tu padre y sus médicos. Podías haberlo hablado con nosotras antes de decidir nada drástico. Tanto secretito, tanto secretito…
            - Aún a riesgo de hacer causa común con un rojillo como Carlos, ejerceré de abogado del diablo. ¿Quién mejor? -siseaba algo tocado por el alcohol, Oscar el novio de Macu, que llevaba terminando Derecho desde que lo conocí bastantes años atrás- Te vas con una carrera que entre todos, con nuestros impuestos, te hemos facilitado y de la que solo tú obtendrás beneficio al emigrar. ¡Menudo negocio redondo! ¿Lo ves justo?

            - ¡Qué puto bocazas eres Oscar!¡No sabes beber! -le censuró su chica perdiendo la paciencia y el buen humor al mismo tiempo- El perejil de todas las salsas, bonito.

            - Darwinismo social -apostilló de nuevo Carlos-. Eso es lo que es y el que quede atrás que arree.
            - Esto es surrealista. ¿Estoy hablando con mis amigos o con una manada de tertulianos del TDT-Party? Ni la coartada del alcohol es tan buena. ¿Tan eunucos emocionales sois? Porque lo único que busco son soluciones tangibles a problemas reales y sucios, que resulta que están muy lejos de aquí. Sed buenos amigos, de esos que escuchan, consuelan y apoyan. ¡Y dejad el “postureo” ácido para quien lo merezca o aguante!

            El silencio que siguió se hizo ominoso. La incomodidad de unos y otros era obvia. Y las lágrimas, que había retenido durante toda la discusión, para no dar el comodín de la pena a los que me asaeteaban, llegaron imparables y en cascada. Cuando lo notó Anderson, que se había mantenido al margen y en un discreto segundo plano toda la noche, se acercó decidido a mí al tiempo que daba por terminada la velada:


- Claudia, te acompaño a tu casa. Desculpem rapazes...



            Anderson Oliveira Braga, metro ochenta de tranquilidad, setenta y seis kilogramos de optimismo, importados de la ciudad de Recife en Pernambuco. Veintitrés años, los siete últimos en España al cuidado de su tía materna. Huérfano de madre, educado, religioso y surfista avanzadísimo en la neo-economía de los minijobs. También, durante el verano del dos mil once, fue mi Peter Pan particular y yo su Wendy. Acontecimiento éste del que ambos guardábamos idéntico buen recuerdo pero conclusiones bien distintas. Si de alguien podía esperar decepción por mi partida, era de él y sin embargo allí estaba, caminando de madrugada sin abrir la boca, como si fuera una noche más.
 
- Anderson, necesito saber qué piensas tú.           
- Yo no tengo que pensar nada. No tengo derecho ninguno a ponerme ropas de un Sócrates cuando no lo soy y menos para ajuizar vidas de nadie.
- ¿También crees que estoy huyendo? ¿Piensas que estoy actuando con egoísmo, cobardía o falta de juici
- Pienso que te aburrirás allá arriba con los rubios y sus fríos modos –sonrió malicioso-. Eso pienso coraçao.
- Anderson por favor…


            Se revolvió el pelo nervioso antes de contestar, como si buscase en su cabeza las palabras más adecuadas con las que construir su respuesta.

- Siempre creí que volveríamos al verano. Tengo fe en que eso aún suceda. También en que encontrarás un trabajo si te quedas. Eres la mujer más inteligente y trabajadora que conozco. Dicho todo esto, cuando mi padre decidió enviarme para acá al morir mi madre, todo el mundo tiró pedras contra él. Nadie quiso saber su verdad, solo querían ajuizar y dormir bien esa noche, sabiendo que en el mundo vivía un tipo que los hacía buenos a ellos en su mediocridad. Eso es lo que tú viviste aquí esta noche. Tus camaradas no quieren saber tus razones, porque podrían ser tan buenas que podrían ser suyas. Algunos tienen horror de esto, otros sienten que al abandonar el país les abandonas a ellos y luego está filho da puta Oscar, que necesita pisar a la gente para sentir que hay un suelo bajo sus pies -hizo el gesto de estrangular a alguien en el aire-. Las cosas se han puesto muy complicadas para todos, y cada uno de nosotros tiene que domar sus problemas con lo que le caiga a mano. Eso pienso coraçao.


- No voy a decir que nuestras cosas no cambian al irme, pero tampoco voy a decirte adiós.


            A pesar de que el paseo con Anderson me había devuelto el ánimo y secado las lágrimas, tenía bastante claro que no tenía ninguna prisa por abordar el tema de mi partida con mis padres, hasta haberme recuperado de aquella extraña noche. Hice mal al considerarla terminada antes de tiempo.
            Al entrar en mi casa la única habitación con la luz encendida era la de la única persona que no se hallaba durmiendo en ella: la mía. Abrí la puerta de mi cuarto y encontré a mi madre sentada en mi cama frente a una infinidad de papeles desperdigados sobre la colcha

- ¿Cómo es que estás despierta a semejantes horas mamá?


- Clara habló con su madre, a la que le faltó tiempo para llamarme por teléfono para preguntarme mi opinión acerca del “erasmus tardío” de mi niña, la ingeniera. Le contesté enérgicamente que una cosa así nos la habrías consultado antes y tras colgar vine aquí, todavía más enfadada con tu tía que contigo. ¿Qué es todo esto?


            Su tono era pausado y tranquilo, como de narradora omnisciente de aquel sainete nocturno, aún sin tener todos los datos en su mano. Desapasionadamente, empezó a ordenar en pequeños montones los papeles que estaban encima de la cama, mientras esperaba a que me animase a hablar.

- ¿Papá? ¿Dónde está?
- No sabe nada. Sigue en la cama. Con sus pastillas para dormir ni se enteró de mi tangana con la tía. De nuevo te pregunto, ¿qué es todo esto?
- Desde luego no es un Erasmus, ni se le acerca. Son mis solicitudes y billetes para irme a buscar trabajo, fuera de España
- Eso, Claudia, soy más que capaz de verlo en todos estos papeles, lo que me intriga más es el por qué. ¿Por qué las cosas están mal? ¿Por qué tenemos problemas, como todo el mundo en estos días? Creo que en esos casos, es cuando toca estar más juntos y no menos. Nada dura para siempre, tampoco lo malo.
- Aquí no hay nada para mí y no podemos esperar más. No pretendía hacerlo de modo clandestino, pero es la única puerta abierta ahora mismo. Salgo de la ecuación para dejar de restar y en un futuro, que rezo cercano, poder sumar. Sin el dinero de la indemnización, el precio de los nuevos Beta bloqueadores de papá y con lo de la hipoteca, es nuestra mejor opción. Para todos.

            Bajó la mirada al suelo y se ruborizó contrariada al escucharme hablar de dinero y deudas. Arrugó algunos de los folios que antes estaba ordenando, a modo de desahogo para recomponerse. Endureció el tono de su voz.

- ¿Cuando
- Pronto.  
- Tendrás que contárselo a tus hermanas y a papá. Les dolerá. Sufrirán.
- No lo harán si piensan que efectivamente es un viaje de estudios sin más. Déjame ver en toda esta noche de confusión, la señal de algo bueno. Estarán más cerca de sonreír,  si piensan en mí como una estudiante y no como una exiliada. Nada sacarían de saber la verdad y así, al menos ellos, estarían protegidos.
- Más bien engañados, Claudia.
- Protegidos, Eugenia. ¿Cuántas decepciones piensas que aguantará el corazón de papá, antes de partirse definitivamente, sin importar cuanta medicación use? ¿Cuánto tiempo escudará a las mellizas su edad, antes de perder la alegría? Quiero dejar de ser un peso muerto y empezar a remar por esta familia, allí me dan un sitio por donde empezar a hacerlo.

            Mi madre meditó unos minutos en silencio, volvió a desperdigar los papeles sobre la colcha desordenándolos y finalmente contestó.

- Sea como tú me pides. Cuenta con mi silencio, pero no mentiré. Y no me vuelvas a llamar Eugenia para dártelas de mayor.            
 - Gracias mamá.

            Nos besamos y lloramos en silencio hasta caer dormidas, las dos abrazadas en mi estrecha cama de ochenta. Lágrimas que, para mí, acaso eran las primeras de alegría de la noche. Volvía a sentir que nuestros sueños y esperanzas no habían muerto del todo, sólo eran impuntuales y sufrían un retraso. Había dejado de estar sola en todo aquello, volvíamos a ser cómplices.

            La alegría impostada que siguió a nuestra nocturna conjura madre e hija, durante toda la semana de preparativos, pareció convencer más que de sobra a las mellizas, pero mi padre recelaba y lo hacía ver. Curiosamente, las maledicencias y la actitud sardónica de mis tías ante mi viaje, jugaron a mi favor. Fueron determinantes para que el bueno  de José, asimilase aquella partida como un anexo de la carrera de marimachos que ellas tanto habían criticado antes, sin reparar en toda la urgencia y renuncia que tenía como equipaje aquel éxodo. Hicieron mi mascarada mucho más creíble hasta que llegó el día de mi despedida.

Delayed (1ª)



DEPARTURES
DESTINATION
GATE
STATUS
MJC0706
LONDON (LHR)
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DELAYED
CLG0211
PARIS (CDG)
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DELAYED
MAG2403
BERLIN (TXL)
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DELAYED
JEV2601
ROME (FCO)
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DELAYED


Burdo e hiriente. Todas las televisiones y servicios meteorológicos del hemisferio occidental convenían desde hacía días que el temporal cesaba de forma lenta pero inexorable. En algunas de las webs oficiales más perezosas seguían ondeando jocosas previsiones de mejora, impermeables a que la realidad venciese a la voluntad con que se publicaron. Su diagnóstico obsoleto me acompañaría en el aeropuerto bastantes y dolorosas horas aún.

Consumida la batería del teléfono en puzles de caramelos y en consultar febrilmente las agencias meteorológicas, inapetente por la pequeña selección de libros de mi equipaje de mano que el día anterior recluté como compañeros de viaje, solo quedaba la introspección. Con todo lo que eso suponía en este preciso momento. 

Claudia Guadalmedina Velarde, metro setenta de incertidumbres, sesenta y cinco kilogramos de dudas. Veinticinco primaveras… o siendo justos, veintidós primaveras, dos otoños y un casi invierno. Graduada en ingeniería industrial, bilingüe, hija, hermana, amiga, paro juvenil estructural y candidata a  “aventurera” al decir de alguna burócrata y eurosierva. 


En casa, la alegría por sacarme la carrera apenas duró medio año escaso, el tiempo que tardó en resolverse el E.R.E. de la fábrica de muebles donde mi padre trabajó veinte años como carpintero. Siempre había bromas en torno a esto último. José y carpintero, el chiste estaba hecho, pero a raíz de ese día pocas veces pude volver a oírle reír. Solo mis hermanas, mellizas con su recién estrenada adolescencia y su incipiente edad del pavo, conseguían sacarle de sus nubarrones y hacerle sonreír. Luego estaba mi madre Eugenia, voz aguda, puro nervio y principal valedora de mis estudios superiores. Era nuestro sueño compartido y nuestra lucha cómplice de mujeres.

Gracias al tesón, sacrificio y esfuerzo de un humilde matrimonio obrero de la periferia de Madrid pude llegar a la universidad, vivir en esas aulas algunos de los momentos más importantes, de los más difíciles y de los más bonitos en mi vida, construir la persona que quiero ser, y formar un profesional que devuelva a la sociedad la confianza que en forma de becas depositó en mí. Todo esto solo se jodió al final,  como en “Perdidos”. 

Mis tías no ayudaban mucho con sus peroratas paternalistas y cargadas de intención. Sermones resabiados, acerca de lo rápido que encontraría trabajo toda una señora ingeniera como yo y qué pronto los problemas con el banco se solventarían entonces. Eran las mismas que aprovecharon cada septiembre que arrastraba asignaturas para señalar lo cargada de ínfulas que andaba, por querer ir a la universidad a hacer una carrera de marimachos. Aún sabiendo eso, no podía evitar sentir como cargaban en mi espalda toneladas de granito, cada vez que empezaban con la cantinela de la señora licenciada Claudia. 

Tuve mis preceptivos meses de prácticas no remuneradas en empresas, a los que siguió una espeluznante calma chicha. Tres veces al día, como si fuera el cepillado de dientes, me estrellaba en todos los portales de empleo que conocía y actualizaba el currículum. Llamaba a amigos, familiares, conocidos, enemigos… y luego volvía a empezar.  En las empresas de trabajo temporal de toda la ciudad ya me conocían con nombres y apellidos. 

Del servicio regional de empleo, artista anteriormente conocido como INEM, tuve noticias una única vez, cuando una vocecita nerviosa me conminaba a aceptar un taller de tropecientas horas de Word, Excel y demás delicatessen ofimáticas en versiones a extinguir, o me atuviera a las consecuencias.  

Tan sólo mi amigo Anderson, me consiguió unas magras e intermitentes raspas que llevarme a la boca. Unas pocas noches de camarera improvisada por aquí, unos fines de semana como teleoperadora  por allá. Pero incluso eso se terminó acabando. 

Pasé entonces por una poco constructiva y oscura fase de negación. Nunca me he tenido por una persona idealista, ni mucho menos ingenua, pero la dosis de crudeza y realidad con la que tuve que lidiar era mayúscula. Tampoco vivía fuera del mundo durante mi periodo de estudios, conocía la crisis y veía las señales de glaciación laboral que me esperaban al otro lado del aula. 

Pese a todo, al graduarme seguía optimista. Mi mantra siempre fueron las palabras con las que mi madre me azuzaba cuando me veía flaquear: “Para los mejores siempre hay sitio”. Ella conocía de sobra la reacción inmediata que ejercían sobre mí aquellas palabras y cómo me espoleaban hacia delante, a superarme, en competición contra mí misma. Venciendo siempre el no puedo o el no llego con la zanahoria del porvenir. Aquello fue, sin duda, lo que más dolió. El derrumbe de lo que hasta entonces, era el pilar de mi sistema de valores y creencias: el esfuerzo da la recompensa. 

Todos en mi casa hicieron sacrificios por mi educación y yo no me dejé nada por dar en aquellos años de formación. El aparentemente nefasto resultado de todo aquel capital de ilusión y esfuerzo, parecía tan real como inasumible. Y es que no había sitio nuevo alguno, ni para los mejores ni para nadie, amén de que los pocos puestos de trabajo en liza, quedaban reservados para aquellos Guzmanes que presentasen limpieza de sangre afín con alguien de RR.HH. o Dirección de la empresa. Muy, muy lejos de la meritocracia y aún más distante de cualquier tipo de justicia. Estuve tentada por el cinismo y la queja, pero al final la que se instaló sine die fue la pena.

Estaba desmoralizada y preocupada, pero solamente podía permitírmelo a solas. Mis sueños rotos y la perspectiva de aquel desierto de nada, que alcanzaba allá donde mirase, eran mi problema. Todo eso, debía quedarse en la calle, lejos de mi casa y lejos de mi familia. Mañana será otro día recitaba, mientras trataba de tragar el nudo de mi garganta en el portal. Antes de abrir la puerta de nuestro piso, el disfraz de la Claudia pre-crisis estaba en perfecto estado de revista. 

Lo peor eran el rictus de tristeza cada vez más profundo en mi padre y la mirada de perplejidad sufrida de mi madre, que encontraba al volver cada noche sin nada, al otro lado de la puerta. La hipoteca achuchaba, la lista de medicamentos de mi padre se multiplicaba a razón de Mt = Mo * e (rt)  y la declaración de insolvencia de los antiguos administradores de la fábrica donde trabajaba mi padre pintaron bastos.

Mi teléfono móvil e internet echaron chispas todas las madrugadas desde que tomé mi decisión. Cuando finalizaba mi cosecha de noes diurna y las luces de mi casa se apagaban, era la hora del plan B. Comencé a planear mi éxodo profesional en las madrugadas. Me puse en contacto con Mateo, un compañero de la carrera que llevaba ya varios meses en Grenoble con un contrato en prácticas, para que me diera consejo. Su respuesta me dejó asombrada y en deuda. Me envió toda una infinidad de direcciones, portales webs, asociaciones y organismos útiles para buscar trabajo en la Unión Europea. No contento con ello, me adjuntó numerosos archivos pdf a modo de ejemplo, con los documentos e instancias que él mismo había rellenado en su día para conseguir trabajo en Francia. Me facilitó los números telefónicos y correos electrónicos de sus primas, quienes estaban becadas en la universidad de Colonia, para que tuviera otras opiniones y personas a las que consultar. También se ofreció para mover mi currículum en el parque tecnológico donde estaba su empresa. 

En la universidad apenas habíamos pasado de ser un par de conocidos, algún trabajo en equipo y poco más, sin embargo Mateo se portó como un auténtico amigo en todo momento. Me confesó, que no estaban siendo días de vino y rosas precisamente su estancia en el extranjero pero que, al igual que yo, sus opciones en España estaban al mínimo. Lenguas viperinas hubo entre mis amigas, que señalaran lo inconcebible de tanta generosidad y altruismo sin segundas intenciones. Cuanto mejor es el bueno, más molesto aún para el malo, siempre decía mi madre. 

Reuní el dinero que, entre copas servidas, becas percibidas y siestas interrumpidas por teléfono,  había reservado para la autoescuela. Había llegado la hora de conocer mundo. 

Apenas tenía tiempo de meditarlo mejor. Unas cuentas mentales rápidas, me ponían sobre la pista de cuan delicada era la situación financiera en mi familia. Busqué el más económico de los vuelos a la ciudad europea que, tras superar muchas pruebas selectivas online,  me ofreció antes un contrato de aprendizaje.  La mitad del salario era en forma de manutención y clases de alemán, pero al menos dejaría de ser un gasto más en casa. Además, las previsiones eran buenas, y con trabajo duro, en poco menos de un año, había opciones reales de incorporarme a la plantilla en calidad de ingeniera. Entonces podría cambiar la marea. Enviaría dinero a casa y volvería a poder mirar a los ojos a mi madre, para decirle que nuestro sueño se demoró pero finalmente se cumplía. 

No había nada más que pensar. Solo quedaba decírselo a mi gente. Decidí una aproximación periférica de fuera hacia dentro, comunicándolo primero a los amigos, que presumía más favorables, para ir reuniendo el consenso y beneplácito suficiente que me diesen la fuerza para plantarme ante mis padres con fe. La cosa distó mucho de mis expectativas.

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