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Disclaimer:

Los personajes y lugares extraídos de obras literarias, cinematográficas o televisivas pertenecen a sus respectivos creadores. No pretendemos obtener lucro o beneficio alguno a través de su utilización en nuestras historias y relatos.

Los personajes y lugares fruto de nuestra imaginación, en cambio, sí nos pertenecen.

Hijos del árbol (III): Aprendiz


Gandalf el Gris acababa de atravesar las puertas de la ciudad. Aquella no era una noticia agradable para el hijo de Ecthelion. Todo lo contrario. La inesperada visita de aquel viajero venido de tierras lejanas sólo podía acarrearle nuevas e innecesarias preocupaciones.

Durante el prolongado mandato de su padre, Mithrandir siempre fue tratado con el mayor de los respetos, siendo valorado por sus prudentes consejos así como su apoyo al complicado gobierno de aquel feudo sin rey. Denethor, sin embargo, jamás compartió ese sentimiento de admiración y se mostró reticente a hacer uso de la incuestionable sabiduría del mago.

Desde que tuvo uso de razón -algo que ocurrió inusitadamente pronto-, se obligó a ver más allá de sus sutilezas y subterfigios, tal y como él los calificaba, desconfiando en todo momento de la palabrería de aquel anciano de aspecto desaliñado y bruscos modales. Siempre permaneció alerta, la guardia en alto, analizando cada frase, cada gesto, cada imperceptible mirada, dispuesto a desentrañar los más osucros secretos del Istar.

Y en su afán de controlarlo todo, creyó atisbar segundas y nada buenas intenciones tras la aparente bondad del hombre de luenga barba. Especialmente el día en que apareció acompañado por ese tal Thorongil, un extranjero venido del Norte del que poco o nada se supo en Minas Tirith. Insensatos. A él no habían logrado engañarlo. Su intuición le decía que aquél no era un hombre cualquiera, que había algo sospechoso en todas aquellas sonrisas y reverencias. Un usurpador, eso es lo que era. Pero el hijo de Ecthelion no estaba dispuesto a renunciar a la herencia de la Casa de Húrin. Antes tendrían que pasar por encima de su cadáver.

El eco de una voz familiar sacó a Denethor de su ensimismamiento. Aunque la puerta estaba cerrada, el astuto Senescal bien podía imaginar lo que estaba pasando al otro lado de la pared: su hijo, enterado también de la noticia, habría corrido raudo y veloz al encuentro de su querido amigo.

La imagen idílica que su mente empezó a dibujar le hizo torcer el gesto. Nunca llegaría a comprender la simpatía que el viejo mago lograba despertar en Faramir. En verdad, más que simpatía, aquello era auténtica devoción, un afecto sincero construido sobre la sólida base de una amistad en apariencia más fuerte y robusta que cualquier lazo existente entre el propio Senescal y su hijo. Sólo con pensar en ello se le retorcían las entrañas.

Desde que Mithrandir y Faramir se conocieron, siendo éste un crío, Denethor intuyó que un vínculo especial se había forjado entre ambos. Cada vez que el anciano visitaba la Ciudad Blanca, su hijo salía a recibirlo, ávido de nuevas noticas, deseoso de escuchar fantásticas historias de épocas pasadas, hace tiempo olvidadas. Paseaban durante horas por las intrincadas calles de la ciudadela, intercambiando puntos de vista, hablando sobre todo y nada en particular, entrando y saliendo de la antigua biblioteca, escudriñando todo tipo de mapas y documentos archivados desde los remotos orígenes del reino. Como maestro y alumno, Gandalf disertaba con voz grave y autoritaria sobre los misterios de Arda, mientras Faramir escuchaba con atención, absorbiendo cada palabra, atesorando cada puerta de conocimiento que se abría ante sus ojos.

El Senescal gruñó. Estaba molesto, tremendamente molesto. A diferencia de Boromir, quien siempre se había mantenido fiel a sus deseos, sentía que su hijo menor lo había traicionado con aquella estúpida amistad.

Se levantó airado de la silla y dirigió sus pasos hacia el balcón. Allí escudriñó la explanada en la que pronto aparecería el peregrino gris a lomos de su corcel. Tal y como había previsto, Faramir ya estaba esperando impaciente junto a uno de los guardias, dirigiendo fugaces miradas a la senda que conducía hasta allí.

Segundos después, la silueta del mago se recortó sobre la piedra blanca. El anciano desmontó con sorprendente agilidad y, en un par de zancadas, cerró el espacio que lo separaba de su joven amigo. Ambos se fundieron en un cálido abrazo y, tras intercambiar algunas palabras, sus alegres carcajadas resonaron en el cálido aire primaveral.

Denethor se llevó la mano al pecho para aplacar la molesta punzada que se empeñaba en hacerle compañía. Apartó la vista de ambas figuras, todavía sonrientes, y trató de obviar el sabor amargo que inundó su boca por unos instantes.

- Discípulo de mago... -murmuró mientras volvía a la soledad de su habitación.






3 críticas:

En realidad aqui se atisba un poco lo de siempre. Tras el resentimiento de Denethor la envidia de quien se ve ajeno del corazón de un hijo. O al menso asi lo siente él. Y los insultos psicologia para dummies llamar su atención.

26 de marzo de 2008, 21:57  

me encanta lo de las estrellitas...aunque creo q sabes mi puntuacion...jejejeej (^_^)

26 de marzo de 2008, 22:01  

Me gustan esta serie de historia sobre Gondor, esta no está nada mal, pero aun con todo me quedo con cualquiera de las dos anteriores. Sin duda con la segunda, "Entre Tinieblas", más que nada por Faramir que me caen muy bien.

Besitos.

Últimamente no he comentado mucho andaba un pelin perezosa.

9 de abril de 2008, 21:14  

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