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Disclaimer:

Los personajes y lugares extraídos de obras literarias, cinematográficas o televisivas pertenecen a sus respectivos creadores. No pretendemos obtener lucro o beneficio alguno a través de su utilización en nuestras historias y relatos.

Los personajes y lugares fruto de nuestra imaginación, en cambio, sí nos pertenecen.

Hijos del árbol (VII): Requiem


Requiem



Como cada amanecer, los primeros rayos de sol se asomaron tímidamente por el lejano y oscuro oriente, iluminando con su tenue luz la cumbre nevada del Mindolluin.

El fuego de la antorchas, todavía encendidas, comenzó a extinguirse en los distintos sectores de la Ciudad Blanca. Un nuevo día había comenzado, y Minas Tirith se desperezaba con el tibio calor de la mañana.

Alrededor de la ciudadela, algunos centinelas montaban guardia. Situados en distintos puntos de la muralla, contemplaban con ojos siempre vigilantes la extensa llanura del Pelennor, atentos a cualquier movimiento extraño procedente del país de la Sombra.

El Senescal se asomó a uno de los pequeños balcones que se abrían en la Torre de Ecthelion.

Desde su elevada posición, podía divisar la cercana ciudad de Osgiliath, punto de constantes y sangrientas luchas entre el ejército de Gondor y las tropas del enemigo. Más allá de sus derruidas torres, más allá de los despojos de su antiguo esplendor, interminables nubes de humo gris cubrían el cielo invernal, amenazando con devorar la escasa luz que Anor proporcionaba a aquellas tierras suspendidas en el tiempo.

Miró hacia abajo.

Aún era temprano, pero las intrincadas calles empezaban a llenarse del bullicio habitual. Decenas de ciudadanos entraban y salían de los pequeños comercios, absortos en sus tareas, tan perdidos en su propio mundo que apenas prestaban atención a lo que ocurría en torno suyo, igual que diminutas hormigas dentro de un inmenso hormiguero. Se iniciaba así la rutina de un nuevo día.

Todo parecía inmutable, inamovible, sin embargo, creyó intuir algo distinto en el aire fresco de la mañana, algo que la propia ciudad, como si de un ser vivo se tratase, parecía presentir igual que él, algo que impregnaba cada inmaculada piedra blanca y que comenzaba a invadir hasta las más ocultas callejuelas.

Entonces lo escuchó.

Un sonido lejano, apenas imperceptible, como barrido desde tierras lejanas, sus breves notas apenas sostenidas sobre un cielo que poco a poco comenzaba a teñirse de gris.

Ladeó la cabeza extrañado, buscando el origen de aquel ruido que a duras penas había logrado discernir. El sonido irrumpió de nuevo en la ruidosa actividad de la ciudad, esta vez más nítido, más prolongado. No se trataba de imaginaciones suyas.

Esta vez sonó con mucha más fuerza, como un grito desesperado de ayuda. Denethor no tuvo duda alguna. El cuerno de Vorondil no sonaba por casualidad y aquello sólo podía significar una cosa: Boromir se encontraba en apuros.

En los instantes que siguieron, el bramido se repitió varias veces más, confundiéndose con los truenos que una incipiente tormenta comenzaba a descargar sobre la ciudad, hasta que, de repente, todo quedó en silencio.

El Senescal se aferró con fuerza a la barandilla y se asomó todo lo que pudo, con el anhelo de captar nuevos y reveladores sonidos. Un rayo surcó el cielo casi negro que ahora se cernía sobre él, y las primeras gotas de lluvia cayeron sobre su rostro, resbalando lentamente por sus mejillas.

Sintió un escalofrío y el más profundo pesar se apoderó de su corazón. No necesitaba que nadie se lo confirmase. Sabía que su querido primogénito se había desvanecido para siempre, y con él la esperanza de un futuro mejor.

En silencio, comenzó a llorar.





1 críticas:

Qué sorpresa volver a leer brotes en el Arbol Blanco después de tanto silencio! Boromir se puede sentir honrado contigo.

26 de octubre de 2012, 17:18  

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